Mi camino hasta llegar aquí no ha sido nada fácil, pero sí muy gratificante. Si quieres conocerlo, prepárate un café y empieza a leer; así entenderás muchas cosas.
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Tras estudiar la Licenciatura en Medicina en la Universidad de Cádiz y especializarme en Pediatría en el Hospital Universitario Virgen del Rocío de Sevilla, me decanté por la Neurología Pediátrica en una de las mejores unidades del país y una de las pocas acreditadas oficialmente.
Elegí dedicarme a esta especialidad dentro de la Pediatría por las características de los pacientes y las familias con las que traté en el hospital.
Cuando todavía era solo un MIR en formación, viví algunas experiencias que me marcaron a fuego y decidieron el camino que me llevó hasta el TDAH, los TEA y los trastornos de conducta y aprendizaje.
Sin duda alguna, uno de los mayores aprendizajes lo conseguí a medida que escuchaba lo que las familias de los niños compartían conmigo.
Creo firmemente que el pediatra debe creer en los padres y en su testimonio hasta que se demuestre lo contrario, aunque las pruebas médicas no arrojen resultados definitivos.
¿Por qué?
Sencillamente porque son ellos los que mejor conocen a sus hijos, los que detectan los cambios de comportamiento y actitud y los que reconocen de forma inmediata cuándo algo no va bien.